domingo, 5 de julio de 2009

El futuro del Peru y el cesarismo en America Latina





El sentido de futuro colgado del trapecio

Por: Juan Paredes Castro

No hay un solo peruano con dos dedos de frente que no se haya preguntado en estos días qué diablos pasa en el país.

Si en otros tiempos el gobierno y los otros poderes apelaban al populismo del pan y circo para neutralizar el descontento social, ahora son el gobierno y los otros poderes los que de pronto tienden a distraerse debajo de la carpa. Y lo que es peor: se atreven a colgar del trapecio el mínimo sentido de futuro por el que apuestan los peruanos.

Hay una suerte de rudimentario malabarismo gubernamental, legislativo, judicial y opositor, en el que cada cual busca salvar el pellejo propio. Pareciera que más allá de esta especie de Tarumba de números y aplausos baratos no hubiera nada que salvar en nombre del país.

Mientras el gobierno cae en la contradicción de querer cumplir bien su mandato, cometiendo errores increíbles e imperdonables, la oposición, lejos de convertirse en una opción válida, desciende al cotidiano infierno suyo de pensar solo en las próximas elecciones.

En este trance, ¿quién queda a cargo de la reserva de gobernabilidad? ¿Quién asume la suerte de un sistema político del que todos se sienten ajenos y al que el señor Ollanta Humala quisiera reemplazar por otro que ni siquiera tiene dibujado en el papel?

Después de tantas décadas perdidas los peruanos tenemos derecho a saber, en cuatro datos bien puestos, qué nos espera mañana.

¿Nuestro crecimiento económico, apenas golpeado por la crisis financiera, sufrirá peores cosas a causa de nuestras indecisiones, del retroceso de las reglas de juego internas y de las señales de incertidumbre política y judicial?

No quiero enumerar los elementos circenses y de humor negro que han colgado últimamente el sentido de futuro del país en el peor de los trapecios. Todos los conocen de sobra.

Me bastaría con invocar al Gobierno, al Congreso, al Poder Judicial y a las fuerzas de oposición y de barricada a no jugar con la esperanza de los peruanos, que no vivimos de la veleidad de los políticos con cara de 2011, como tampoco necesitamos recetas bolivarianas ni bolivianas para cerrar los abismos sociales y culturales que desafían nuestra ineptitud política y gubernamental.

Alan García le prometió al país, llegado el 2011, un sitial nuevo y superior en América Latina. No es una meta para un llanero solitario, sino para quien debe comprometerse a concertar y consensuar fuerzas, no importa quienes quieran quedarse fuera o a la cola.

¿Qué nos espera a la vuelta de la esquina? ¿No es acaso un legítimo derecho a saber?



AMÉRICA LATINA Y SU TENDENCIA AL AUTORITARISMO

El cesarismo democrático

Por: Tomás Eloy Martínez Escritor

La campaña electoral, ya concluida, ha confirmado en Argentina el papel inagotable del cesarismo en las naciones que aún tienen instituciones débiles en América Latina. Es decir, casi todas.

Si se toma la definición de Antonio Gramsci, "el cesarismo expresa siempre la solución arbitraria, confiada a una gran personalidad, de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectiva catastróficas".

Esas tierras han sido fértiles en autócratas de gran popularidad que, en los tiempos modernos, han ido expandiendo y afianzando su poder mediante el control de la corrupción, de la policía y de la facultad para repartir los recursos del Estado como les conviene.

No hay mayor símbolo de cesarismo democrático que el régimen del venezolano Juan Vicente Gómez, uno de cuyos ministros, Laureano Vallenilla Lanz, estableció la validez del término en un libro de 1919. Cuando llegué a Venezuela en 1975, la figura de Gómez seguía ocupando el centro de la imaginación nacional y ahora, que ha encontrado en Hugo Chávez a su mejor discípulo.

Al convertirse en adalid del nacionalismo, Gómez pudo dar el salto a la vicepresidencia. Cuando Cipriano Castro debió someterse a una cirugía delicada en Alemania, lo traicionó con un golpe que lo instaló en la jefatura del gobierno durante 27 años. Allí, en el sillón patriarcal, murió en 1935. Su ideólogo Vallenilla Lanz, un sociólogo positivista, intentó argumentar que pueblos como el venezolano no estaban capacitados para respirar una atmósfera republicana; solo "el gendarme necesario" podía sacarlos de la miseria y de la anomia.

Dictaminó que "el caudillo constituye la única fuerza de conservación social" y que "el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor" es una necesidad fatal "en casi todas estas naciones condenadas por causas complejas a una vida turbulenta".

Chávez no es el único heredero de la idea de un César avalado periódicamente por elecciones libres. Decidido a concentrar férreamente todo el poder en sus solas manos, lleva por ahora 10 años en el gobierno, el mismo tiempo que Carlos Menem.

Figuras como Alberto Fujimori o Álvaro Uribe, por distintas que sean, han visto en la perpetuación presidencial el vehículo para modelar sus países a la medida de sus deseos. Qué decir de Fidel Castro, quien no logró hallar un sucesor que no llevara su sangre.

Ayudan, y mucho, las torpezas de una oposición que muestra menos interés en la construcción de la democracia que en el asalto a los privilegios que confiere la cosa pública.

Néstor Kirchner, como Gómez, ha intentado prolongar sus planes de hegemonía alternándose con sus parientes en el gobierno, tal como hizo al decidir la candidatura de su mujer. Ahora sale a defender el modelo agitando el fantasma de un conflicto de intereses entre grupos y clases que solo una figura providencial, el César, podría contener.

"Tengan en claro", declaró el actual candidato y presidente del justicialismo antes de las elecciones del domingo pasado, "que … no es una elección más. O es la vuelta al pasado para tratar de imponer proyectos que no tienen nada que ver con el pueblo, o es la consolidación de un proyecto nacional y popular que devuelva la justicia social".

Ese juego al todo o nada fue explotado ya por Carlos Menem el 2003. Es, de alguna manera, el juego bonapartista, una de las formas del cesarismo. Luego de las revoluciones de 1848, Luis Bonaparte fue elegido —el primer voto universal en Europa— presidente de la Segunda República Francesa. Sus constantes convocatorias a referendos desnaturalizaron la representatividad republicana y cimentaron su popularidad.

El 2 de diciembre de 1851 aplastó a la creciente oposición monárquica al llamar a un plebiscito con la pregunta: "¿Queréis ser gobernados por Bonaparte? ¿Sí o No?" Un año más tarde, previa reforma constitucional, se convirtió en emperador autoritario.

Cristina Fernández conoce bien la historia de Napoleón III, pues ha citado la obra de Carlos Marx sobre su golpe de Estado, "El 18 brumario de Luis Bonaparte", evocando la famosa frase según la cual, cuando la historia se repite, primero lo hace como tragedia y luego como farsa. La influencia del estilo cesarista de su marido, para quien disentir equivale a traicionar, amenaza la estabilidad institucional tanto como la falta de ideas de la oposición.

Desde su púlpito partidario, el ex presidente Kirchner no ha vislumbrado otros futuros que el caos o la continuidad del modelo impuesto por la voluntad del César. Nada se ha empobrecido tanto en la Argentina como la imaginación de sus políticos.



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